Fuente: Razón y Revolución – Desde mediados de octubre, la familia Etchevehere vuelve a la primera plana de las noticias de la provincia y la nación. Se trata de un verdadero linaje de empresarios y políticos entrerrianos, incluyendo todos los aditamentos de la decadente burguesía argentina: estafas, acusaciones de trabajo “esclavo” (*), robo a las arcas públicas, quiebras fraudulentas, evasión impositiva, etc. En fin, el glorioso empresariado argentino.
El centro de la discusión es el enfrentamiento entre Luis Etchevehere –ex Ministro de Agroindustria de Mauricio Macri y ex titular de la SRA- y Dolores Etchevehere, su hermana, quién se alió al “Piquetero papal” Juan Grabois. El territorio de disputa es una estancia de unas 370 hectáreas cerca de la localidad de Santa Elena, al noroeste de la provincia de Entre Ríos, herencia del clan. Dolores habría donado una parte al dirigente de la CTEP para que se creara una “colonia agraria agroecológica”. En consecuencia, todo se trata de una discusión por una herencia.
Una disputa burguesa
La historia del lote en cuestión tiene muchos ribetes, pero vamos a simplificar para el lector. El campo perteneció originalmente a la empresa Bovril, de capitales ingleses, que explotaba el frigorífico que le dio vida al pueblo de Santa Elena hasta la década del 70. Luego la empresa inglesa traspasó las propiedades al estado provincial, que intentó una suerte de funcionamiento provincial del frigorífico y fracasó. Ya en años del gobierno del peronista Busti, el frigorífico y sus propiedades fueron privatizadas. En el 2004, los Etchevehere compraron tres porciones de tierra que suman las 370 hectáreas citadas. La venta de los lotes se hizo muy por debajo del valor de mercado, ya que solo se habría pagado el 10% del valor (**). Además, la familia comenzó una disputa con un arrendatario, que terminó con su expulsión a punta de pistola y el robo de su producción acopiada. Por lo tanto, la adquisición de las tierras por los Etchevehere tiene varios puntos oscuros y están lejos de la idea de la libre adquisición en el mercado de tierras. Las consiguieron a fuerza de sus relaciones con el Estado, con las compras espurias y usando el poder que le da la impunidad de su condición de clase para romper contratos y acrecentar su propio patrimonio.
En un video del 15 de octubre, la hermana Etchevehere da cuenta de los negociados de sus hermanos y agrega que cede a la gente de Grabois el 40% de su herencia y el campo que le pertenece “por derecho natural” (***). Sin embargo, nada dice que ese derecho “natural” se basa en un robo que sus hermanos realizaron al patrimonio del Estado provincial. Dicho de nuevo, su propiedad es un robo, y detrás de ese botín se encolumnó una parte de la burguesía y sus cohortes. Aunque Dolores Etchevehere alegue que su alianza con Grabois obedece a su condición de “luchador”, lo cierto es que, con el “piquetero papal” de su lado, tendrá asegurada la propiedad del 60% restante de su herencia. Dolores Etchevehere busca el apoyo de las fracciones y capas de la burguesía para conseguir el poder político necesario para enfrentar a su hermano y resolver una riña inter-familiar. El papel de Grabois es lavarle la cara a esa disputa, poniendo a disposición su aparato –incluyendo la mímica de hacer una huerta debajo de unos árboles…– para posicionar la discusión en otro sentido. Su intervención nada tiene que ver con las necesidades y reivindicaciones de la clase obrera, sino con una defensa de la pequeña propiedad privada agraria.
Una reforma inviable y reaccionaria
La propiedad privada no está en peligro, es más, en manos de Grabois y compañía está asegurada, ya que proponen extenderla a una mayor cantidad de pequeños propietarios.El proyecto Artigas (****) por él impulsado se encuadra en la cosmovisión progre, donde la pequeña propiedad de la tierra es el “futuro”. Se auto definen como agroecológicos y plantean un funcionamiento cooperativo. ¿Quiénes llevaran adelante las actividades? Un grupo de campesinos sin tierra. En este momento cuenta con 10 familias, el próximo año se plante incorporar 70 más y 150 el tercer año. Con esto, buscan revertir el despoblamiento de la zona rural, según los promotores del proyecto. De estudiar la realidad agrícola argentina nada.
Este proyecto significa volver a Artigas, a la época que no había burguesía y se repartía tierra para comenzar la acumulación capitalista. Lo que no saben es que ese modelo ya no tiene cabida dentro del régimen actual ni siquiera en términos propiamente capitalistas. La pequeña propiedad agraria implica un retroceso en la productividad del trabajo, un problema que el agro argentino ha superado en sus actividades centrales. Esto va de la mano con la necesidad de aumentar la explotación de los obreros que allí trabajan. El planteo de Grabois significa transformar a los pobres urbanos en pobres rurales. Lo que ellos quieren replicar, el capitalismo lo liquidó hace más de ochenta años. Y llamativamente tuvo en la provincia de Entre Ríos la prueba más clara de que la división de tierras no servía para impulsar un modelo de desarrollo agrario.
A la rastra de la burguesía
Las repercusiones fueron variadas pero predecibles. En primer lugar, el ejecutivo provincial se mantuvo en silencio hasta el 21 de octubre, cuando la Ministra de Gobierno y Justicia Rosario Romero se refirió al caso como una disputa inter-familiar en torno a una herencia. Hecho fácticamente cierto. La misma línea mantuvo el gobernador Bordet, que declaro que la justicia debía dirimir la situación.
Mientras tanto, la CTA, AGMER, grupos ambientalistas y varios sectores vinculados a la izquierda salieron a dar apoyos a los activistas del proyecto Artigas. Lo que era lógico porque este proyecto tiene todos los elementos del discurso progre: jóvenes, tierra, ecología y “malos empresarios”. La lectura acrítica e impresionista es una constante dentro de estos sectores que sus propuestas de emancipación son la socialización de la pobreza, por lo que no se podía esperar más.
Por otra parte, y como también era de esperar, la Sociedad Rural movilizó apoyos de los sectores del agro a favor de Luis Etchevehere, incluyendo a la Federación Agraria Argentina y pequeños burgueses locales que salieron “en defensa de la propiedad privada”. En tiempos en que la clase obrera busca una solución a la falta de vivienda, en Guernica y todo el conurbano bonaerense, en Jujuy y en el resto del país, la noticia de “la toma” tenía asegurada las primeras planas y la histeria burguesa. Sin embargo, la voz de los trabajadores de la estancia no apareció y tampoco una discusión sobre la propiedad de la tierra, ya sea urbana o rural. De nuevo, todos los sectores, incluyendo a los que se suponen cercanos a los obreros, se hicieron eco de las posiciones burguesas y tomaron posición por uno de los dos bandos.
¿Reforma agraria? Propiedad privada y agro-ecología
Ahora bien, ¿esto significa que no hay nada que hacer con el campo? Para nada. Hay mucho por hacer, pero la dirección es la opuesta a la que toma la gente de Grabois. Hoy el campo necesita, para ser productiva y económicamente sostenible, mayores superficies, no lotes más chicos. Es decir, no hay que hacer una reforma agraria como en el siglo XIX, sino la revolución agraria del siglo XX soviético, socializando los campos, aplicando modelos de producción más eficientes, tecnificando el trabajo y liberando a los hombres y mujeres del yugo del trabajo. Este modelo de desarrollo es el único que podrá, además, desarrollar un verdadero modelo que se acerque a la agro-ecología.
El planteo agroecológico de la gente de Grabois tiene más de declaración de principios que de un plan sistemático. En manos de esta gente, agro-ecología significa que se trabaja a mano y sin otros recursos que los previos a la revolución verde de la década del `60. Su modelo de desarrollo agrario significa más horas de trabajo como consecuencia de la baja tecnificación del proceso de trabajo y, en consecuencia, un encarecimiento de la producción. Más explotación para productos menos accesibles. En contraste, el modelo de socialización centralizada de la tierra permite incorporar tecnología y aumentar la productividad. Es decir, menos trabajo para más producción. En tanto, un aumento de la producción permite el debate de qué tierras explotar y cuáles no, qué cultivos realizar y cuáles no, etc. Dicho más claramente, en la socialización planificada de la agricultura se pueden aplicar los verdaderos planes de reconversión agro-ecológica que sean socialmente sustentables. Por eso decimos, menos Artigas y más Lenin.
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