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Por Pavla Ochoa /


Esa casa, que podría tranquilamente haber salido de la mente creativa de J.R.R Tolkien, estaba ubicada en la esquinas de Canadá y Democracia, en el barrio Jardines II, en Moreno Norte, y fue parte de la urbe barrial popular de los años 80′, 90′ y principios del 2000.


Era una construcción que llevó en su creación materiales reciclables, parecía una aldea similar a la casa de Los Pitufos, y a la vista de todxs, se convertía en un museo de arte barrial al aire libre.


En su techo reposaba una langosta de hierro de casi tres metros. En la vereda, un dragón de metal escupía agua. Y de reojo, casi a su lado un ser de hierro, sostenía con sus manos el canasto de residuos de la vivienda. Era un lugar mágico y estaba en un barrio de Moreno.


La casa pertenecía al escultor Waldemar Moreira Zubrigk, que era autodidacta con el hierro y creaba las criaturas más insólitas, con alma de hierro pero llenas de libertad.



Al vecinx de rulos y barba, lxs amigxs lo llamaban Walde. Nació el 6 de marzo de 1955, en Puerto Sauce, Juan Lacaze, departamento de Colonia, en Uruguay. Llegó a la Argentina en 1971 a probar suerte. Traía en la valija un puñado de buenos deseos y un oficio que aprendió a la mitad del camino: el de herrero. Lo había aprendido de su abuelo que le enseñó de niño para que no moleste en su taller. La primera parada en Buenos Aires, fue San Martín, donde trabajó como operario en una metalúrgica y a la vez hacía changa como lavacopas.


A los 29 años, se largó a crear, a liberar su imaginación en cada soldadura de hierro, haciendo obras artísticas que lo llevó a habitar la feria artesanal.


Walde, se casó y se vino a vivir al oeste del conurbano bonaerense: Moreno.


Y ahí, construyó su casa con botellas y en forma aldeana. A puro recicle. Todo lo que la gente descartaba, servía para transformarlo en arte y en elemento de construcción: «En Moreno hice una casa loca. Me había separado y necesitaba armar un espacio, tenía el terreno y me puse a trabajar con los cimientos de la casa. Buscando una forma económica y rápida de edificar, hice una cúpula, con entrepisos y desniveles, sin equinas. Quedó algo muy loco, la gente venía a ver. Una mezcla de Gaudí con Casa Pueblo, pero en Moreno, algo muy desubicado»; mencionó Walde, casi como una réplica discursiva en entrevistas periodísticas donde hablaba de esa casa ubicada en el barrio Jardines II.


Eran lxs propixs vecinxs, que le acercaban hierros, partes de coches y otros metales, correas o cadenas, para que las recicle y transforme en magníficas creaciones.


Todo fue de manera intuitiva y autodidacta. Seguía con las artesanías para vivir vendiéndolas en la feria, pero luego comenzó a hacer figuras escultóricas en hierro para intervenir en salones, para muestras, boliches de San Miguel y vidrieras de una marca de jeans.


Sus creaciones gustaban y se vendían, pero él siempre tuvo claro que no se sentía artista, sino un artesano que andaba por los caminos del arte. Cada obra trataba de temas sociales, como la libertad o la democracia.


En esos años, creó insectos gigantes como una langosta de 3 metros que caminaba por el techo de su aldea digna de Los Pitufos.

Continuará….