No son cifras: son vidas destrozadas por la violencia patriarcal. En momentos en los cuales el gobierno desmantela las políticas de prevención y ataca los derechos conseguidos, este informe pretende visibilizar lo que nos pasa y lo que falta para combatir estas violencias. Son datos de 2024 y también de la última década para poner en contexto la larga deuda que tiene el Estado argentino. El impacto de la ausencia de programas y acompañamiento a las víctimas. Cuáles son las razones del proyecto político que sostienen estas violencias que año tras año se incrementan. El agravante: el Estado dejó de procesar datos y para cumplir con su obligación solo dio a conocer un listado que compila delitos producidos en los últimos veinte años. Texto: Claudia Acuña. Procesamiento de datos: Sebastián Andrade.
¿Se puede perder lo que nunca se tuvo?
Se puede.
Hay mucho de pérdida en esta época. No solo perdemos dinero, derechos, empleos, oportunidades. Perdemos vidas y sufrimos violencias, fundamentalmente, y de eso se trata este informe de nuestro Observatorio que intenta sistematizarlas, visibilizarlas y analizarlas, con la intención de comprender el mecanismo que las produce.
Perdemos tanto y cada día que terminamos perdiendo también el ánimo necesario para construir otras formas de estar y de ser, de crear nuevos sueños sociales y todo aquello que se produce con el fuego que hace hervir la olla desde abajo hasta cocinar cambios, proyectos, iniciativas.
¿Qué enciende ese fuego?
La pérdida.
¿Entonces?
Quizá es momento de hacer memoria.
Las alertas
Lo que estamos padeciendo hoy en Argentina es el emergente de un proceso que comenzó en América Latina hace una década sin pausa y sin respuesta del sistema político representativo. Nos lo advirtió en 2020 la especialista en violencia femicidia Aylín Torres Santana:
“En 2015, aproximadamente, se produjo un nuevo giro político regional y cambió el balance de fuerzas a favor del neoconservadurismo y la reneoliberalización de los poderes políticos. Derechas y ultraderechas comenzaron a copar los gobiernos y aparatos institucionales Se trata de procesos conectados: reneoliberalización de los aparatos políticos y modelos económicos, déficits de la democracia, y politización del dogmatismo religioso. Cada uno de ellos, por supuesto, tiene marcadores nacionales importantes. No todos los países se sumaron al giro a las derechas, pero en todos hay presencia de neoconservadurismos, independientemente del signo político en el poder”.
Luego enumera lo cosechado en ese camino hacia el poder:
“Han logrado construir un lenguaje común que articula a sectores religiosos (evangélicos y católicos) y laicos.
Han impactado en el curso de procesos políticos claves de la región.
Han contribuido a apagar discusiones sobre redistribución y han producido una continuidad conveniente con los programas neoliberales.
Han asegurado mayor visibilización en parlamentos y han establecido alianzas con los partidos tradicionales.
En relación con los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la educación sexual y los derechos de las personas LGTBIQ+, han contenido de forma muy relevante avances institucionales y han asegurado retrocesos.
No estamos hablando de procesos marginales, sino de un nudo central en la política global”.
Sigue:
“En conjunto, hablamos de un proceso de desdemocratización que opera como una erosión gradual del tejido democrático de la política, que potencialmente transforma o vacía de contenido la arquitectura institucional. Inicialmente, Wendy Brown habló de desdemocratización para referirse, en el contexto estadounidense, a un efecto combinado del neoliberalismo y la repolitización del campo religioso. Sin embargo, el trasfondo estructural de las sociedades latinoamericanas es distinto al analizado por la autora y es imprescindible considerarlo” advierte Torres Santana. Es Gabriela Arguedas Ramírez, desde Costa Rica, quien puntualiza ese contexto latinoamericano que facilitó esta escalada:
La precarización y desigualdades estructurales (de “raza”, género, clase) agravadas por el neoliberalismo, pero que le preexisten;
La inexistencia de los Estados de bienestar;
La expansión del evangelismo en los estratos más pobres frente a la ausencia de los Estados;
La fragilidad y límites de las democracias latinoamericanas y los legados autoritarios;
La presencia espectral de los militares en la política de varios países;
Las distorsiones graves en los sistemas políticos,
La violencia estructural por tierras y recursos naturales,
Los narcos.
Son estas características propias de nuestro continente las que han vaciado a los gobiernos no conservadores y allanaron el avance de la ultraderecha, que de neo tiene nada. También son aquellas que caracterizan la acumulación por despojo que sufrimos desde hace siglos. No perdemos: nos quitan con violencia. Y esa violencia se ejerce con humillante crueldad sobre las mujeres y disidencias porque allí se concentran las fuerzas de las resistencias, que son fundamentalmente la de los cuidados de la vida y la capacidad de bordar el tejido social.
Esa violencia originaria sobre los cuerpos y los recursos naturales ha tenido en nuestra historia repliegues y recrudecimientos, tensiones.
Fue María Mies en su libro Patriarcado y acumulación –publicado por primera vez en 1986– quien retoma la idea de Rosa Luxemburgo sobre la permanencia de la acumulación primitiva y le suma la conexión entre capitalismo y patriarcado. Mies enfatiza el papel fundamental en la acumulación que cumplen la precarización del trabajo femenino o la violencia hacia las mujeres, así como la explotación de sus cuerpos como la piedra angular de los procesos de acumulación de capital.
Lo nuevo es lo más viejo, pero en estos tiempos se presenta con los alardes de una batalla final. En este contexto el padecimiento que nos agobia es el del agotamiento: una vez más lo que tenemos que enfrentar es poderoso y desigual porque lo que produce el enemigo no es meramente un proceso de desdemocratización sino de desrepresentación política. Ese vacío es el que explica la parálisis ante el abismo: ya no hay nadie ahí arriba que comprenda, actúe, escuche, abrace y organice.
Quizá es momento de mirar al lado.
Los signos
Al escribir esta nota ya se habían realizado 302 marchas contra la violencia patriarcal: casi una por día. Seis tuvieron como escenario la capital argentina: casi una cada dos meses.
El movimiento social que acompañó y sostuvo el reclamo de justicia por la desaparición de Tehuel de la Torre obtuvo un fallo histórico, que marca un antes y después en la historia judicial, que en este caso no se limitó a condenar al responsable del crimen, sino también al Estado bonaerense, obligándolo a declarar la emergencia para la población LGTBIQ+, señalando así que las condiciones de inequidad y falta de acceso a derechos elementales fueron las que posibilitaron que Tehuel se encontrara en la situación vulnerable que facilitó su destino fatal.
La lucha incansable de la familia de Cecilia Basaldúa y la colectiva Plurinacional Transfeminista de Capilla del Monte logró que este año la investigación de su desaparición, violación y femicidio se encause hacia los responsables. Un logro similar obtuvo la familia de María Cash. En el caso de Cecilia este avance llevó cuatro años, en el de María once. Los tiempos de la injusticia son largos, pero el de las batallas sociales también, tal como nos enseñaron Madres y Abuelas.
Perdimos, y nos duele, a Norita, a Mirta Baravalle y a otras cinco de esas heroínas con pañuelos blancos, pero también vimos crecer a Nietes, una organización que con esa E final nos muestra que el camino tiene otro horizonte que el que dictan los que nos quieren hacer perder hasta el optimismo.
Perdimos, hay que señalarlo, el jury a los jueces que quisieron dejar impune el femicidio de Lucía Pérez, a quienes defendieron con voto unánime diputado/as y senadore/as de fuerzas políticas que se suponen opositoras entre sí y que cacarean en las redes artificiales contra los corruptos procedimientos de la corporación judicial. Las consecuencias de desrepresentación son esas: injustas e inaceptables. Pero no son las únicas. Hay otras, esas que ahora mismo se están gestando en los lugares de siempre: aquellos que llamamos periferias, acostumbrados como estamos a ver el ombligo y no el cuerpo social, que tiene muchos pies y tantas cabezas, tantas, que es imposible preveer hacia dónde nos están llevando no para ganar, sino para no perder lo que no hay: la utopía hoy, en este fin de 2024, es pregunta.
Algunas las intentó Claudia Camposto, Universidad Nacional de Quilmes, Conicet: dos territorios bombardeados este año:
“¿Bajo qué modalidades continuar profundizando acuerdos entre las diversas luchas en pos de un horizonte común?
¿Cómo ir gestando alternativas autónomas al modelo de desarrollo que se pretende imponer?
¿De qué manera construir un proyecto civilizatorio alternativo?”.
Remata: “Son cada vez mayores los desafíos que deben encarar las resistencias contra el despojo. El reto es bien grande, porque se trata de sembrar y cultivar opciones concretas en cada territorio, buscando compartir saberes y prácticas, pero sin copiar recetas ni homogeneizar experiencias”.
Quizá es momento de hacer y errar, hasta crear lo que no hay con lo que sí tenemos: nosotres.
(Sí, nosotres: la E es detectora de fachos).
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